Hay partidos que antes de empezar anuncian consecuencias importantes. Sea cual sea el resultado. En el caso del Celta-Real Valladolid, los de casa se jugaban la credibilidad ganada durante una temporada entera, y los visitantes, meter la cabeza de lleno en la fase de ascenso, objetivo anhelado desde que se comprobó que lo del ascenso directo era cosa de otros.
En realidad cada equipo siguió su propia inercia. La del Real Valladolid, como se vio ante el Rayo, es ascendente a pesar de las circunstancias. El Celta, enfangado en disputas arbitrales que distraen de lo importante, siguió con esa cuesta abajo que marcan los cuatro partidos consecutivos perdidos en Balaídos.
El Real Valladolid se benefició de esto y controló el choque casi por completo. El 'casi' consistió en cinco minutos en los que, tras el gol de De Lucas, el Celta tiró de coraje y pudo darle la vuelta a todo. El resto del partido se resumió en un Valladolid controlador, sin crear grandes ocasiones en la primera mitad pero defendiéndose sin apuros. Y marcando un gol, claro. El que provocaron Jofre y Javi Guerra con una acción eléctrica que acabó en penalti.
Después llegó la hora de matar el partido, pero es aquí donde el Real Valladolid encuentra problemas. Con Javi Guerra dando síntomas de agotamiento -quizá más mental que físico-, y con su falta de eficacia en los centros y en los contragolpes, en lugar de cerrar los partidos, los abre.
Los centros. Ay, los centros. Cualquier aficionado al fútbol puede hacer un ejercicio simple. Cuando vea la arrancada de un jugador de su equipo, paralelo a la línea de banda, con el balón controlado avanzando un par de metros por delante, sin oposición... Deténgase. Cierre los ojos. ¿Qué ve? Seguramente esté imaginándose en ese preciso instante la culminación de la jugada, el centro volando con una trayectoria curva perfecta, alejándose de los defensas y de los guantes del portero mientras avanza, guiado por un GPS invisible, hasta la cabeza del delantero, presto para un remate magnífico. Abra ahora los ojos. ¿Qué ha pasado? Que Nauzet, o Jofre, o Barragán, o Peña, habrán llegado hasta la línea de fondo y después de otear el horizonte -o sin otearlo, que es peor- habrán soltado un envío hacia algún lado indefinido. A veces, como ante el Celta, mordido y raso, botando por el césped cual grácil conejillo. Otras, demasiado largo. O excesivamente corto. O hacia el lugar exacto en el que no hay ningún futbolista amigo y sí tres centrales que se frotan las manos.
Es el Real Valladolid un equipo de centros. Tiene buenos peloteros para ello. Nauzet y Barragán, en la derecha, y Peña y Jofre, en la izquierda, interpretan el juego de las subidas, los desdobles, los recortes hacia el interior, a la perfección. Pero algunos días alguien, a ser posible el técnico, debería decirles que a veces es bueno poner un poco de pausa. No en ese centro que solo creará peligro si se le pega al balón de primeras, para evitar el repliegue. Pero sí en otros en los que la defensa está colocada tapando a los delanteros y olvidándose de la segunda línea. De Nafti, por ejemplo. De Óscar. De Baraja, incluso.
El Real Valladolid tira muchas de esas llegadas prodigiosas por el sumidero. Como tiró otras, ante el equipo vigués, porque Óscar sigue teniendo una cierta tendencia a no atinar con la elección más adecuada. Le sucedió cuando robó un balón en la zona de tres cuartos del campo a Bustos, ayer un amigo. Rápidamente, se desmarcó Javi Guerra y se incorporó Nauzet, con el Celta corriendo para atrás, la peor situación posible para una defensa. Y Óscar, que tenía hueco para disparar gracias a los movimientos de sus compañeros, escogió mal y perdió una gran oportunidad.
Después se resarció, eso sí. Y lo hizo a centro de Nauzet. Un gran centro. Esta vez sí. Un pase precioso leído con mucha inteligencia tanto por el pasador como por el destinatario. Hacia el punto de penalti, buscando casi e l cuerpo del central que fija la marca, pero invitando a Óscar a atacar el balón. A no quedarse inmóvil tras el corpachón del defensor. Óscar intuyó la jugada una décima de segundo antes, se escondió tras el defensa y cuando se quiso dar cuenta salió por detrás de él, rodeándole y anticipándose.
Era el final de la reacción local. Ahí acabó el Celta y resurgió el Real Valladolid. Un Valladolid que, como consecuencia, respira aire de 'play off'.
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